1965. Lwoff y la lisogenia
En los primeros estudios realizados sobre bacteriófagos, un modelo experimental adoptado por Max Delbrück (1906-1981) y Salvador Luria (1912-1991) en 1940, ya se advertía que una infección viral podía brotar súbitamente en una colonia de células bacterianas en apariencia no infectadas. Estas células se denominaron lisogénicas por su capacidad, en determinado momento, de generar un ciclo de lisis celular que se extiende a las células vecinas. Se descubrió que la lisogenia es producto de la capacidad de ciertos virus para establecer una relación a largo plazo con la célula hospedadora –ciclo lisogénico– y permanecen latentes durante muchas generaciones celulares antes de iniciar un ciclo de infección. Los descubrimientos sobre lisogenia fueron realizados por André Lwoff (1902-1994), quien en 1965 ganó el Premio Nobel por sus trabajos sobre control genético de la síntesis de enzimas. Lwoff escribió el siguiente relato de su descubrimiento de una técnica para inducir la lisis de las bacterias lisogénicas: "Nuestro objetivo era persuadir a la totalidad de la población bacteriana a producir bacteriófagos. Todos nuestros intentos, y fue grande el número de intentos, no habían arrojado resultado positivo... Yo ya había decidido que factores extrínsecos debían inducir la formación del bacteriófago. Más aún, ya había publicado la hipótesis (1949) y cuando uno publica una hipótesis, es sentenciado a trabajos forzados...”. “Nuestros experimentos consistían en inocular bacterias que crecían en forma exponencial en un medio dado y seguir el crecimiento de las bacterias midiendo la densidad óptica (es decir, la turbidez del cultivo, que da una medida indirecta del número de células bacterianas intactas en el cultivo). Se tomaban muestras cada 15 minutos y los técnicos comunicaban los resultados. Ellos (o sea, los técnicos) estaban tan concentrados en el trabajo que se habían identificado con las bacterias o con las curvas de crecimiento, dado que habitualmente decían, por ejemplo: ‘Estoy exponencial’, o ‘estoy ligeramente achatado’". “Así se fueron amontonando muchos experimentos negativos, hasta que, después de meses y meses de desesperación, se decidió irradiar a las bacterias con luz ultravioleta. Esto no tenía nada de racional, dado que las radiaciones ultravioletas matan a las bacterias y a los bacteriófagos y, sobre una base de estricta lógica, la idea aún parece ilógica en retrospección. Sea como fuere, se colocó una suspensión de bacilos lisogénicos bajo la lámpara de UV durante unos pocos segundos”. “El Servicio de Fisiología Microbiana está ubicado en un desván, justo por debajo del techo del Instituto Pasteur, sin aislamiento adecuado. El termómetro en algunas ocasiones se eleva de una manera tal que no permite otra conclusión sino la de que la temperatura es alta. Era un día de verano muy cálido y el termómetro estaba inusualmente alto. Después de la irradiación, me desplomé en un sillón, sudoroso, desesperado y ansioso. Quince minutos después, Evelyne Ritz, mi técnica, entró en la habitación y me dijo: ‘Señor, estoy creciendo normalmente’. Después de otro cuarto de hora regresó y me comunicó simplemente que ella estaba normal. Después de otros 15 minutos, ella aún estaba creciendo. Hacía mucho calor, y yo estaba más desesperado que nunca. Ahora habían transcurrido 60 minutos desde la irradiación; Evelyne entró de nuevo en la habitación y dijo muy sosegadamente, con su suave voz: ‘Señor, estoy completamente lisada’. ¡Y lo estaba: las bacterias habían desaparecido! Hasta donde recuerde, ésta fue la mayor emoción, emoción molecular, de toda mi carrera científica".
Tomado de André Lwoff, El profago y yo, en Phage and the Origins of Molecular Biology, una colección de ensayos compilados en 1966 para el Cold Spring Harbor Laboratory y dedicado a Max Delbrück en su 60º cumpleaños.
Véase también: cap. 13