1785. Spallanzani y la fecundación
Aún no estaba claro de qué manera el semen del macho causaba la fertilización del “huevo” femenino, el óvulo. Algunos científicos sostenían que para que se produjera la fecundación era suficiente que un gas o vapor proveniente del semen hiciera contacto con el óvulo. Esta idea era apoyada por el hecho de que, a pesar de que el semen es depositado a distancia del “huevo”, la fecundación igualmente se produce. En 1785, el científico Lázaro Spallanzani (1729-1799), quien no estaba de acuerdo con las explicaciones que se daban sobre el proceso de fertilización, decidió poner a prueba la hipótesis vigente en ese momento. Para ello, realizó una experiencia, en la cual colocó el líquido espermático y el “huevo” en una vasija de porcelana cerrada evitando el contacto entre ellos. Y por supuesto, la fecundación no se produjo. En sus estudios sobre generación y desarrollo animal adoptó como material de investigación a sapos y ranas. Realizó experimentos en los que colocó una especie de calzoncillos a los machos y descubrió que en esas condiciones ningún “huevo” produce renacuajos. Fecundó “huevos” con el líquido de las vesículas seminales en épocas de reproducción e incluso con el extracto que se obtiene aplastando el testículo. Éstas fueron las primeras fecundaciones artificiales de las que se tiene noticia y abrieron camino al estudio de las propiedades de óvulos y espermatozoides. A pesar de lo metódico y exhaustivo de sus experimentos, que le hubiesen permitido deducir que sin la presencia de los espermatozoides en el semen no hay fecundación, Spallanzani no pudo escapar de la intensa controversia de la época entre espermistas y animalculistas y se pronunció por la preexistencia de los seres vivos, aceptando la postura de los ovistas.
Véase también: cap. 41