1862. La herencia mezcladora


A mediados del siglo XIX, los conceptos de los ovistas y de los espermistas comenzaron a ceder frente a nuevas observaciones. Los hechos que pusieron en tela de juicio a estas primeras explicaciones provinieron, no tanto de experimentos científicos, sino de los intentos prácticos de los maestros jardineros para producir nuevas plantas ornamentales. Los cruzamientos artificiales de estas plantas mostraron que, en general, independientemente de qué planta suministrara el polen (que contiene las células espermáticas) y qué planta contribuyera con los gametos femeninos, ambas contribuían a las características de la nueva variedad. Pero esta conclusión suscitó cuestiones aún más enigmáticas: ¿con qué contribuía exactamente cada planta progenitora? ¿Cómo hacían todas las centenas de características de cada planta para combinarse y apiñarse en una sola semilla? La hipótesis más ampliamente sostenida en el siglo XIX fue la de la herencia mezcladora. De acuerdo con este concepto, cuando se combinan los óvulos y los espermatozoides, se produce una mezcla de material hereditario que da por resultado una combinación semejante a la mezcla de dos tintas de diferentes colores. Según esta hipótesis, se podría predecir que la progenie de un animal negro y de uno blanco sería gris y que, a su vez, su progenie también lo sería, pues el material hereditario blanco y negro, una vez mezclado, nunca podría separarse de nuevo. Pero este concepto no era satisfactorio. Ignoraba el fenómeno de las características que saltan una generación, o aun varias generaciones, y luego reaparecen en algunos descendientes. En segundo lugar, para Charles Darwin y otros defensores de la teoría de la evolución, el concepto presentaba dificultades particulares. Según Darwin, la evolución tiene lugar cuando la selección natural actúa sobre variaciones hereditarias existentes, o sea, variaciones que pueden ser heredadas. A falta de explicaciones alternativas, Charles Darwin (1809-1882) aceptaba la idea de herencia mezcladora. Si esta hipótesis fuera válida, las variaciones hereditarias desaparecerían, como se diluye una gota de tinta en una mezcla de muchos colores. La reproducción sexual daría por resultado final una completa uniformidad; la selección natural no tendría materia prima sobre la cual actuar y la evolución no ocurriría. F. Jenkin, un ingeniero escocés de la época, planteaba a Darwin el siguiente problema: "Si la herencia diluye las variantes nuevas y la selección natural elimina las desfavorables, la variabilidad tendería a disminuir y la predicción resultante es que las poblaciones deberían ser poco variables. Como es sabido, esta predicción no se corresponde con la realidad, de lo que se desprende que la selección natural no es una explicación adecuada". Darwin no pudo refutar esta crítica. Sumado a ello, tampoco se conocía cuál era el mecanismo involucrado en el origen de nueva variabilidad, de modo que Darwin recurrió a la idea de la herencia de los caracteres adquiridos, explicación que ya estaba cuestionada y pronto fue refutada. En 1860, la Academia de Ciencias de París hizo un concurso para dilucidar qué ocurría con los caracteres de los progenitores cuando éstos producían híbridos. En 1862, Charles Naudin (1815-1899) naturalista ayudante del Museo de Historia Natural, realizó varios cruzamientos y obtuvo los híbridos de la primera generación, todos semejantes entre sí. Luego, en la segunda generación, observó cambios. Sin embargo, la explicación de sus trabajos fue poco clara. Naudin no estaba enterado de los trabajos de Mendel, así como no lo estuvo por mucho tiempo el resto de los científicos.

Véase también: cap. 8