1801. Cuvier, Lamarck y la herencia de los caracteres adquiridos
El primer científico moderno que elaboró un concepto sistemático de la evolución fue Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), si bien no fue el primero en poner en duda la idea de que las especies son fijas y no cambian. Este "naturalista justamente célebre", como el propio Darwin (1809-1882) lo calificó, propuso audazmente en 1801 que todas las especies, incluido Homo sapiens, descienden de otras especies. Lamarck, a diferencia de la mayoría de los otros zoólogos de su época, estaba particularmente interesado en los organismos unicelulares y en los invertebrados. Indudablemente, fue su largo estudio de estas formas de vida lo que lo llevó a considerar a los seres vivos desde el punto de vista de una complejidad en continuo aumento y a cada especie, derivada de una más primitiva y menos compleja. Como su contemporáneo George Cuvier (1769-1832) y otros, Lamarck notó que las rocas más antiguas generalmente contenían fósiles de formas de vida más simples. A diferencia de Cuvier, que adhería a las ideas fijistas, Lamarck interpretó estas evidencias como si las formas más complejas hubiesen surgido de las formas más simples por una suerte de progresión. De acuerdo con su hipótesis, esta progresión –o evolución, para usar el término moderno– depende de dos fuerzas principales. La primera es la "herencia de los caracteres adquiridos". Los órganos en los animales se hacen más fuertes o más débiles, más o menos importantes, por su uso o su desuso, y estos cambios, de acuerdo con la propuesta de Lamarck, se transmiten de los padres a la progenie. Su ejemplo más famoso fue la evolución de la jirafa. La segunda fuerza igualmente importante en el concepto de evolución de Lamarck fue un principio creador universal, un esfuerzo inconsciente y ascendente en la Scala Naturae, que impulsaba a cada criatura viva hacia un grado de complejidad mayor. El camino de cada ameba conducía hacia el hombre. Algunos organismos podían quedar apartados; el orangután, por ejemplo, había sido desviado de su curso al ser atrapado por un ambiente desfavorable, pero la "voluntad" estaba siempre presente. La vida en sus formas más simples estaba surgiendo continuamente por un proceso de generación espontánea, para llenar el vacío dejado en el fondo de la escala. En la formulación de Lamarck, la escala natural de Aristóteles (384-322 a. C.) se había transformado en lo que hoy describiríamos como una suerte de escalera mecánica, que ascendía constantemente impulsada por una voluntad universal. Los contemporáneos de Lamarck no objetaron sus ideas acerca de la herencia de los caracteres adquiridos, que nosotros, con nuestro conocimiento actual de la genética, sabemos que es falsa. Tampoco criticaron su creencia en una fuerza metafísica que, de hecho, era una idea común en muchos de los conceptos de la época. Pero estos postulados vagos, no comprobables, suministraban un fundamento muy poco firme para la propuesta radical de que las formas más complejas evolucionaban a partir de formas más simples. Además, Lamarck personalmente no era un contrincante adecuado para el brillante e ingenioso Cuvier, quien atacó implacablemente sus ideas. Como resultado de ello, la carrera de Lamarck quedó arruinada y tanto los científicos como el público quedaron aún menos preparados para aceptar cualquier doctrina evolutiva. Algunos historiadores de la ciencia, en particular en Francia, ponen en duda los términos en los que se narra la historia de conflictos entre Lamarck y Cuvier. Por un lado, se destaca la necesidad de identificar con precisión las ideas sobre las cuales ambos naturalistas estaban en desacuerdo, por otro lado, se analiza si efectivamente la posición privilegiada de Cuvier en relación con el poder político y religioso de la época es un factor relevante para comprender el eclipse de las ideas de Lamarck. Con respecto a las ideas, Lamarck observaba que muchas especies fósiles eran semejantes (“análogas”) a especies vivientes conocidas. Por el contrario, en el caso de los vertebrados fósiles en los que se especializaba Cuvier, era raro encontrar especies semejantes a las que viven en la actualidad. Lamarck llegó a la conclusión de que no pudieron producirse catástrofes destructoras de toda la vida en la Tierra ya que numerosas especies de invertebrados tenían continuidad en el registro fósil; de modo que la universalidad de las catástrofes proclamadas por Cuvier, entonces, no tenía validez. Por lo tanto, Lamarck inició una discusión abierta contra la doctrina catastrofista de Cuvier, quien entonces desplegó su argumento defensivo. Es indudable que sus ideas catastrofistas confortaban a los partidarios de la Biblia, sobre todo de Inglaterra. Pese a ello, entre 1820 y 1830, muchos científicos eminentes abandonaron la creencia en las catástrofes naturales y comenzaron a inclinarse hacia la idea de una continuidad en los procesos que ocurren en la naturaleza. En este sentido, Lamarck se impuso a Cuvier en su posición anticatastrofista, es decir, una visión histórica que supone la continuidad de la vida a lo largo del tiempo. Según algunos autores, Cuvier nunca se enfrentó directamente con Lamarck, aunque sí debatió en contra de las ideas de transformación de las especies. Al mismo tiempo, sugieren que no hay indicios confiables que permitan afirmar que Cuvier haya utilizado sus altas funciones para silenciar a Lamarck. En la interpretación de estos autores, la versión más difundida de la historia de esta controversia parece haberse plasmado a fines del siglo XIX, cuando naturalistas e historiadores franceses se propusieron resaltar la figura de Lamarck enfatizando su condición de pensador desconocido y perseguido. Cabe ahora preguntarse cuáles podrían ser las motivaciones de esta iniciativa. Como veremos más adelante, la argumentación brillante de Darwin, fundada en una gran cantidad de hechos, superó la propuesta de Lamarck. El Museo de Historia Natural de París sufrió un duro golpe a su orgullo. Una estatua de Lamarck, erigida en 1908, que se encuentra en el actual Jardín de Plantas de París ilustra bien esta historia: un bajorrelieve en bronce muestra a la hija de Lamarck consolando a su padre viejo y ciego con estas palabras: “La posteridad te admirará, ella te vengará, padre”. Más arriba se lee, “Lamarck, fundador de la doctrina de la evolución”. De esta manera, la sociedad científica francesa habría reivindicado su prioridad sobre las ideas evolutivas al darle a Lamarck la figura del genio silenciado. ¿Cómo debe entonces leerse este tramo de la historia? Por cierto, no hay una única lectura. Distintos historiadores o corrientes historiográficas recuperan y enfatizan distintos aspectos. Así como los modelos de la ciencia son construcciones sociales, profundamente influidos por la cultura en la que son gestados, la historia de la ciencia también refleja los sesgos y las complejidades de la mirada de los historiadores y de sus respectivos contextos sociales y culturales.
Véase también: cap. 17