1700 a. C. Las primeras ideas sobre la herencia


Los interrogantes más básicos que hoy trata de responder la genética estuvieron presentes desde el comienzo de la civilización. Desde épocas muy remotas de la historia, la humanidad se vio enfrentada con preguntas ligadas a la herencia y a la variación. Hace unos 10.000 años, el hombre aprendió a mejorar los animales domésticos y los cultivos mediante la reproducción selectiva de individuos con características deseables. En antiguas inscripciones de tumbas egipcias y en la Biblia se encuentran referencias a prácticas de mejoramiento vegetal y animal, por lo que esos remotos agricultores y criadores merecerían ser considerados como los primeros genetistas de la antigüedad. Los antiguos egipcios y babilonios, por ejemplo, sabían cómo producir frutos por fecundación artificial, cruzando las flores masculinas de una palmera datilera con las flores femeninas de otra. La naturaleza de la diferencia entre las flores masculinas y femeninas fue comprendida por el filósofo y naturalista griego Teofrasto (371-287 a. C.): "… los machos deben ser llevados a las hembras", escribió, "dado que los machos las hacen madurar y persistir". En los días de Homero se sabía que el cruzamiento de un burro con una yegua producía una mula, aunque no podían darse muchas explicaciones acerca del modo en que la "bestia" obtenía su apariencia poco usual. Muchas leyendas se basaron sobre extravagantes posibilidades de apareamiento entre individuos de diferentes especies. La esposa de Minos, según la mitología griega, se apareó con un toro y produjo el Minotauro. Los héroes folclóricos de Rusia y de Escandinavia eran tradicionalmente los hijos de mujeres que habían sido capturadas por osos, de los que derivaba la gran fuerza en estos hombres, y así se enriquecía el linaje nacional. El camello y el leopardo también se apareaban de vez en cuando, según los primeros naturalistas que eran incapaces de explicar de otro modo, y es difícil culparlos, a un animal tan particular como la jirafa. La jirafa común aún lleva el nombre científico de Giraffa camelopardalis. Así, el folclore reflejó las primeras nociones acerca de la naturaleza de las relaciones hereditarias. Quien meditó sobre el mecanismo de la herencia fue Hipócrates (460-377 a. C.) al proponer que ciertas partículas específicas, o "semillas", eran producidas por todas las partes del cuerpo y se transmiten a la progenie en el momento de la concepción, y esto hacía que ciertas partes de los descendientes se asemejen a esas mismas partes de los padres. Un siglo después, Aristóteles (384-322 a. C.) rechazó las ideas de Hipócrates. Los hijos parecen heredar a menudo características de sus abuelos, o de sus bisabuelos, antes que de sus padres, observó Aristóteles. ¿De qué manera estos parientes lejanos pudieron haber contribuido con las "semillas" de la carne y de la sangre que eran transmitidas de los padres a la progenie? Para resolver el conflicto, Aristóteles postuló que el semen del macho estaba formado por ingredientes imperfectamente mezclados, algunos de los cuales fueron heredados de generaciones pasadas. En la fecundación –propuso– el semen masculino se mezclaba con el "semen femenino", el fluido menstrual, dándole forma y potencia (dynamis) a la sustancia amorfa. A partir de este material se formaba la carne y la sangre cuando se desarrollaba la progenie. Aristóteles hace una distinción entre los animales que provienen de padres semejantes a ellos y los que no tienen padres, como las anguilas que nacen del limo de los ríos, los peces de los pantanos secos y luego humedecidos, los piojos que nacen de la carne, las orugas que se forman en las plantas, los insectos hijos del rocío, los gusanos del intestino por transformación de los excrementos. Aristóteles aplicó el concepto de "principio activo" para explicar el origen de un ser vivo cuando las condiciones son adecuadas. Creía que el principio activo del huevo de la gallina lo convertía en un pollo. Un huevo de pez tendría un principio activo que lo convierte en un pez y así sucesivamente. Durante 2.000 años nadie tuvo una idea mejor. En verdad, no hubo en absoluto nuevas ideas. La gente de principios del siglo XIII creía que los gansos se originaban de algunos abetos que habían tenido contacto con agua de mar. Esta creencia acerca del "árbol de los gansos" perduró hasta hace unos 300 años. Viajeros llegados de Oriente contaban haber visto árboles cuyos frutos, parecidos al melón, contenían carneros totalmente formados.

Véase también: cap. 8